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Norman Mailer ataca

(23/11/02)





Sábado 23 de noviembre de 2002


Clarín


NORMAN MAILER ATACA
El objetor del imperio

Intempestivo y a la vez sutil, el narrador hace su diagnóstico del poder y la cultura de los Estados Unidos, desde los sueños de conquista del presidente Bush hasta la estética de las grandes corporaciones, que según él corroen el planeta.









Por si no hubiera bastado su contundencia en el reportaje que concedió al cumplirse un año de los atentados del 11 de septiembre, el autor de Los ejércitos de la noche, Oswald y El fantasma de Harlot, entre otras muchas novelas de ficción y obras de non-fiction, ha hecho escalar sus críticas al establishment político de los EEUU y su política exterior. En este reportaje, publicado ayer en la nueva revista estadounidense American conservative, Norman Mailer fue mucho más allá de la coyuntura y la agenda expansionista del presidente George Bush.

Lo que sigue es una radiografía de la sociedad norteamericana, con su enfermiza avidez de mitos: "A nivel nacional, tenemos a Abraham Lincoln, a George Washington, a Franklin D. Roosevelt y a Camelot — sostiene Mailer—; y, en algunos barrios, me temo que a Ronald Reagan. En el mundo literario, probablemente Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald y Zelda Sayre sean lo más cercano a un mito literario".

—¿Por qué? Hemingway, Fitzgerald y Zelda son buenos, pero no necesariamente los mejores. ¿No habría que incluir a Henry Miller en la lista?

—Es cierto. Tal vez dentro de un siglo la gente decida que él es mejor. Pero un mito no depende de quién es el mejor. Necesita figuras que sean extremadamente reconocidas y, a la vez, casi incomprensibles. Eso conduce al mito. Quizá la verdadera pregunta sea por qué necesitamos mitos. Yo diría que es el contrapeso de la tecnología.

—La tecnología es un tema sobre el que escribió y habló durante 50 años. En términos de disminución sensorial o de aislamiento del alma, ¿cree que el impacto de la tecnología es muy superior que hace 40 o 50 años?

—Hace poco dije que lo que promete la tecnología es menos placer y más poder. Parte de la crisis actual es que todos tendemos a ser cada vez más narcisistas, a estar cada vez más motivados por el poder —y a volvernos más gélidos por dentro.

—Irak les ha abierto las puertas a los observadores de Naciones Unidas, ya veremos cómo es su informe. ¿Es pesimista sobre el creciente poder del Estado, sobre el totalitarismo norteamericano?

—Me preocupa más que nunca. No estoy a favor de la guerra contra Irak. Desde el principio pienso que, detrás del discurso de la administración Bush sobre el curso a seguir con Irak, hay un mensaje subliminal muy peculiar. Hace un tiempo el gobierno comenzó a sugerir que Irak era una amenaza nuclear inminente. Hoy, en general, todos coinciden en que no es así. El gobierno enseguida salió a mencionar el gran peligro de un ataque bioquímico contra Estados Unidos; pero no aclararon si Irak está preparado para una posibilidad tan terrible. Luego surgió otra gran acusación: Irak es un refugio de terroristas. Hasta donde puedo ver, y éste es el punto de vista de un novelista, si yo fuera Saddam Hussein, lo último que querría en mi territorio es a terroristas extranjeros, porque me interesaría tener el control total de mi territorio. Por otra parte, si yo fuera un terrorista y recorriera el sendero subterráneo que, supongo, va desde Pakistán, pasando por Irán e Irak, hasta llegar a Siria, Jordania, el Líbano y Palestina, el peor lugar del recorrido sería Irak, porque probablemente me aislarían. ¿Cuál es el mensaje, entonces? ¿Por qué la Casa Blanca quiere esa guerra?

—¿Usted que cree?

—Se podría decir que el motivo es el acceso al petróleo. Pero, ¿acaso es un motivo tan importante como para compensar los peligros imprevistos y gigantescos de una guerra semejante? Mire, a fines de septiembre el Atlanta Journal-Constitution publicó un artículo brillante donde el autor, Jay Bookman, destaca que todo el mundo se pregunta por qué no hay ningún plan sobre qué debe hacerse en Irak después de que se gane la guerra. La primera sugerencia de Bookman es que todo el tiempo hubo un plan. Ocuparemos Irak y nos quedaremos ahí por mucho tiempo. Con esta hipótesis, todo empieza a cobrar sentido. Eso significa que estamos inaugurando el comienzo real del Imperio Mundial Americano. Ese es el mensaje subliminal. Entre paréntesis, estoy hablando desde un lugar que definiría como de un conservador de izquierda.

—Cuando era anarquista, todo resultaba mucho más claro. ¿Qué significa ser un "conservador de izquierda"?

—Tengo que definir el término todos los días porque, a simple vista, estamos ante una contradicción. Sin embargo, para mí tiene sentido. Creo que hay elementos remanentes de la filosofía de izquierda (que no tuvo tantas nuevas ideas en los últimos 30 años) que vale la pena conservar, por ejemplo, la idea de que un hombre rico no debería ganar 4.000 veces más en un año que un hombre pobre. Por otra parte, no soy liberal. En lo que a mí concierne, la noción de que el hombre es una criatura racional que encuentra soluciones razonables a los problemas difíciles es dudosa. El liberalismo depende demasiado de tener una visión optimista de la naturaleza humana. Pero la historia del siglo XX no fortaleció precisamente esa noción. Es más, el liberalismo también depende demasiado de la razón más que de cualquier valoración del misterio. El conservadurismo, en cambio, tiene sus propias zanjas, sus muros imposibles de escalar, sus viejas ideas inmutables grabadas en la piedra. Sin embargo, últimamente están surgiendo dos tipos muy diferentes de conservadores en Estados Unidos. Los que yo llamo "conservadores de valores", porque creen en lo que la mayoría de la gente considera valores conservadores tradicionales —familia, hogar, fe, trabajo duro, obligación, lealtad—. Y los "conservadores de bandera", cuyo ejemplo perfecto es el actual gobierno. A los conservadores de bandera no les importan los valores. Usan las palabras, usan la bandera. Les gusta hablar del "mal". Se basan en la manipulación. Lo que quieren es poder. Creen en Estados Unidos. Creen que este país es la única esperanza del mundo y que, por un lado, se está volviendo cada vez más poderoso pero que, al mismo tiempo, se desintegra. Y que, entonces, la única solución es el Imperio Mundial. La cuestión iraquí enmascara el deseo de tener una gran presencia militar en el Oriente Medio, primer escalón para llegar a conquistar el mundo. Una vez que nos convirtamos en la versión siglo XX del antiguo Imperio Romano, entonces aparecerá en escena la cuestión de la reforma moral.

—¿Y qué significa ser un conservador de valores en la política norteamericana?

—Probablemente lo era el expresidente Dwight Eisenhower. Pero no Reagan, que no tuvo una idea original en su vida. Si en algún momento él tuvo un gran impacto en los conservadores de valores, fue porque creían que era uno de ellos. Por otra parte, detrás del conservadurismo de bandera no hay locura, sino lógica. Desde su punto de vista, Estados Unidos se está pudriendo. La industria del entretenimiento es libertina. Los chicos no pueden leer, pero sí pueden tener sexo. La moral se está desvaneciendo. El mensaje subliminal es que si Estados Unidos se convierte nuevamente en una máquina militar que controla sus nuevos compromisos, entonces la libertad sexual norteamericana, quiérase o no, tendrá que quedar a un lado. El compromiso y la dedicación pasarán a ser valores nacionales necesarios (con toda la hipocresía que esto implica). La seriedad de la intención volverá a ser parte de la vida norteamericana. Claro que yo no pienso así y que no estoy a favor del Imperio Mundial. Lo que no tienen en cuenta es la perversidad de las cuestiones humanas. Terminaríamos convirtiéndonos en una especie de país totalitario que domina el mundo, pero que tiene muy poca libertad de expresión.

—Este esquema podría fracasar fácilmente, sobre todo si China y Europa se oponen.

—Uno de los mensajes que los conservadores de bandera intentan enviar a China es: "Ustedes, los chinos, son muy inteligentes. Están hechos para la tecnología". Pero el mensaje subyacente de los conservadores de bandera dice: "Muy bien, podrán tener su tecnología, pero es mejor que entiendan que serán los esclavos griegos para nosotros, los romanos. "

—¿Cómo cree que seguirá la disputa?

—No estoy seguro de que se pueda hacer algo. Me da la sensación de que Estados Unidos está en muy mal estado psíquico. Si es así, entonces muchos creerán que la idea de imperio es una solución trascendental, una manera de deshacerse de la culpa. Después de la Segunda Guerra, muchos norteamericanos estaban felices de ser prósperos, pero también se sentían culpables. ¿Por qué? Porque somos un país cristiano. Y si uno es cristiano, no debe aspirar a ser tan rico: Dios y Jesús no lo querían así. Esa era una mitad de la psiquis colectiva. La otra mitad dictaminaba que había que ganar . Tal vez sea cruel, pero ser norteamericano es un oxímoron. Por un lado, se es un buen cristiano pero, por otro, se es visceralmente combativo.

—¿Cree que es un proceso que se puede revertir?

—Si Bush se aleja de esta postura, lo hará con una gran frustración. Ahora los conservadores de bandera deberán reconocer la división dentro de Estados Unidos sobre la cuestión de si ir o no a la guerra con Irak. Deberán admitir el desacuerdo de Francia, Alemania, Rusia, para no mencionar a China y Japón. ¿Están realmente dispuestos a dar el primer paso en contra del resto del mundo? Algunos dentro de la administración habrán comenzado a dudar. Otros habrán insistido en mantener el rumbo. Pero, si bien Bush no es un hombre brillante, tiene lo que Ernest Hemingway llamaba "un detector de sandeces". Al igual que Reagan, carece de ideas propias, pero sí escucha a sus expertos. Y la verdad es que tiene que hacerlo, porque saben más que él.

—Cambiemos ahora de tema. Hace años en sus textos, usted no escribía sobre derechos civiles, sino sobre actitudes negras y actitudes blancas frente a la vida.

—Sí, negros y blancos con su espíritu diferente.

—En Estados Unidos se complicó el tablero con la inmigración masiva de latinos y amarillos, al punto de que algunos dicen que ya no reconocen el país, se está convirtiendo en un lugar raro... Más allá de las generalizaciones que escribió en El negro blanco, ¿ha reflexionado sobre el multiculturalismo en los Estados Unidos?

—No he reflexionado sobre ese tema por una muy buena razón: porque no me gusta pensar en eso. Es una cuestión demasiado compleja y choca con muchos de mis propios valores. Por un lado, cuando escribí El negro blanco, pensaba que Estados Unidos necesitaba una cultura negra propia, y que ésta entendía la vida de una manera muy distinta a la cultura blanca. En ese entonces pensaba así. Luego llegué a la conclusión de que la integridad de las razas y las culturas es muy importante. Es algo de lo que no se puede hablar. Hitler se ocupó de que se hablara de la raza eternamente. Bueno, no eternamente, pero sí por otros cien años. Pero yo pienso que la integridad de cada cultura existe y que las culturas tendrían que poder ir en diferentes direcciones, y hasta chocar. Sin embargo, dado el mundo moderno de la tecnología, ni siquiera estoy seguro de que la cuestión de la raza o de la cultura siga siendo importante. La tendencia a largo plazo es a no tener razas. Es como si la tecnología se hubiera vuelto la cultura dominante en la vida; tal vez pronto sea la única cultura real. En otras palabras, las similitudes entre los expertos informáticos en todo el mundo, ahora, es mucho mayor que sus diferencias étnicas.

—Volver a la integridad de las razas es muy importante...

—En la medida en que perdamos nuestra cultura, habremos perdido algo que puede ser irreemplazable. Podemos terminar con un mundo totalmente homogeneizado. Por supuesto, el problema nunca resuelto es cómo pueden convivir estas razas y culturas diferentes con cierta equi dad. La democracia muchas veces hizo intentos enérgicos por encontrar una solución. Pero la tendencia a la homogeneidad puede llegar demasiado lejos. La respuesta está en el equilibrio. Y la inmensa dificultad es mantener un equilibrio viable. En otras palabras, no creo que la inmigración sea un problema acuciante. Lo que ocurre es que algunos blancos están tan furiosos que no pueden pensar en cosas más importantes. Piensan que Estados Unidos se está perdiendo. Eso es cierto, pero Estados Unidos se está perdiendo y se perdió en muchos sentidos que nada tienen que ver con las razas o la inmigración excesiva. Por ejemplo, se está perdiendo por obra de la televisión.

—¿Cuál cree que es el peor efecto de la televisión?

En el campo de la publicidad, la mendacidad y la manipulación alcanzaron la categoría de valores en sí para los anunciantes. La interrupción es vista como un complemento necesario del márketing. Antes un chico de 7 u 8 años era capaz de leer durante una hora o dos. Ya no. Se perdió el hábito. Cada siete o diez minutos, todo niño es interrumpido por la tanda televisiva. Los chicos se acostumbran a la idea de que cualquier cosa puede quebrar su interés. En consecuencia, tampoco pueden estudiar. Su poder de concentración se redujo por la interrupción sistemática. A ésto sumémosle nuestras aulas de hoy. ¿Alguien alguna vez dice que una de las razones del deterioro educativo es que casi todas las escuelas ahora usan tubos fluorescentes? ¿Y por qué? Porque cuestan menos. Yo diría que, al sumar todos los dólares y los centavos, cuestan más. Lo que caracteriza a la luz fluorescente es que uno se ve un 10% más pálido que con las bombitas. Los tubos dan una luz lívida, que tiene un efecto depresivo en el ser humano.

—Es decir, se deteriora por cuestiones presupuestarias.

—Sí, éstas deterioran el poder de concentración. La mala arquitectura, el márketing invasivo, el plástico ubicuo —estas fuerzas de deterioro me preocupan mucho más que la inmigración. El principal problema no son los inmigrantes sino nuestras corporaciones. Esa es la fuerza que logró arrebatarnos a Estados Unidos. Y que además convirtió el mundo en un lugar más feo a partir de la Segunda Guerra: centros comerciales rodeados de condominios baratos, superautopistas que homogeinizan el paisaje y ese plástico ubicuo que entumece el sentido del tacto en los chicos. Este país tiene el primer puesto en el campeonato por ver quién puede convertir el mundo un lugar más desagradable. En la medida en que exportamos esta enfermedad a todo el planeta, ya nos ganamos una especie de hegemonía mundial punitiva. Si rechazo de manera visceral un Imperio Americano es por el vacío estético de las corporaciones norteamericanas más poderosas. Ya no quedan catedrales para los pobres, sólo proyectos urbanos de 16 pisos instalados como cárceles. A veces me siento tentado de pensar que no soy un conservador de izquierda sino un medievalista de izquierda...

—Explíquenos eso...

—Todos somos medievales en algún sentido. Nuestras estrellas de cine, nuestros músicos, nuestros magnates y políticos hoy son tratados como si pertenecieran a la nobleza. Es un mundo en el que podemos vivir, pero no olvidemos esas relaciones medievales de diferencia de ingresos entre ricos y pobres. De todos modos, todavía me seduce la idea de una sociedad lo bastante abierta como para que la gente pueda llevar vidas sociales intensas. Realmente todavía no sabemos cómo hacer que una sociedad moderna funcione de manera razonable. Pero hasta que la izquierda y esa derecha leal a sus viejos valores reconozcan que, pese a sus diferencias, sigue siendo valioso que quieran proteger de común acuerdo la dignidad vulnerable de la creación humana, estamos obligados a deambular por el reino surrealista de la hegemonía corporativa, con su idea básica de que la democracia es un nutriente que debe inyectarse en cualquier país, donde sea. Idea errónea y totalmente opresiva de la delicada promesa de la democracia, que reside en la necesidad orgánica de crecer y aprender de sus propios errores humanos. Ah..., finalmente me doy cuenta de que terminé armando una pequeña polémica. Podría decirse que los viejos polemistas nunca mueren.




(c) Revista American conservative y Clarín. Traducción de Claudia Martínez.








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