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La moda Piazzolla - SANDRA DE LA FUENTE.

(08/11/03)


Astor Pantaleón Piazzolla ha ingresado finalmente en el panteón de los tangueros de antes, de hoy y de siempre. El infatigable iconoclasta ha sido canonizado. Guillermo Fernández tanguea su Balada para un loco en el show que se ofrece en el nuevo espacio Piazzolla, el restaurado subsuelo de la Galería General Güemes. Fernández declama los textos de Ferrer con la expresión aprendida durante años de ejercicio en Grandes Valores del Tango, el programa conducido por Silvio Soldán con el que canal 9 difundía semanalmente la decadencia del tango. Otra de las cantantes icónicas de ese programa, María Graña, incluye hoy a Piazzolla en su repertorio tras haber rechazado una propuesta del maestro para "cantar en una ópera con canciones de protesta" hace veinte años.

Finalmente, el tiempo ha erosionado las fuertes polémicas que desataba la música de Astor. En el subsuelo de la Galería Güemes un sexteto dirigido por Cristian Zárate recorre la historia del tango iluminada por sonidos piazzollianos. Escaleras arriba, la firma de Astor —capturada en lapiceras, remeras, vasos, delantales de cocina, prendedores, billeteras y carteras— se vende por algunos dólares. Astor se ha convertido en souvenir.

El tenía cuatro años cuando sus padres debieron emigrar a Nueva York. "Fue quizás el primer dolor que sentí en la vida", confesaba ante el micrófono abierto de Natalio Gorín. "Además de las cuatro operaciones que me habían hecho para mejorar mi pierna derecha; porque yo nací con un defecto, producto —decían los médicos—de una parálisis infantil en el embarazo." La pierna defectuosa y su infancia en el Greenwich Village, donde las peleas entre grupos de inmigrantes solían convertirse en tragedia, son la clave para entender su personalidad pendenciera. A los seis años ya lo habían echado de dos escuelas y en pocos años su puño le había permitido conquistar fama y el apodo Lefty (zurdo). "Le llevaba la contra a todo el mundo. Si los médicos decían que no me convenía practicar deportes, me metía en los partidos de béisbol y corría a la par de cualquiera." Astor desafiaba su propia naturaleza: ganó varias medallas en carreras de natación, aprendió zapateo americano y hasta llegó a bailarlo en público.

"Nonino quería que supiera defenderse y lo mandó a aprender a boxear. Le signó el destino. Fue él quien le regaló su primer bandoneón", explica Diana Piazzolla, hija de Astor y la pintora Dedé Wolf. Nonino, su padre, invirtió 18 dólares en ese bandoneón pequeño. A Astor no le interesó ese instrumento; representaba melancolía y nostalgia. "Sentía una especie de rechazo por esa música que él escuchaba casi todas las noches, por lo general tangos de la orquesta de Julio de Caro." El jazz era su música; más tarde su vecino profesor de piano Bela Wilda le enseñó a amar a Bach. El aglomerado cultural del Greenwich no sólo le había marcado su ánimo camorrero. "Todo se va metiendo bajo la piel —reflexionaba—-. Mis acentuaciones rítmicas, tres más tres más dos, son similares a las de la música popular judía que yo escuchaba en los casamientos."

De regreso a Mar del Plata, con 16 años cumplidos, Piazzolla se reconcilió con el tango, el Sexteto de Vardaro fue la poción mágica que lo hipnotizó. "Me volví loco, me dije: 'yo quiero hacer esto'. Ya estaba enchufado." Quiso escuchar más. Estaba poseído y en poco tiempo decidió probar suerte como músico en Buenos Aires. Francisco Lauro le dio la oportunidad de participar en una orquesta. Poco tiempo después tocaba y arreglaba tangos para la orquesta de Troilo. Sin embargo, Piazzolla no se alejaba del jazz. Disfrutaba del swing que había descubierto en el fondo rítmico del tango. El resultado era un tango que Aníbal Troilo consideraba poco bailable. "Cuando dirigía la orquesta de Fiorentino, después de dejar la de Troilo —relata en sus memorias— hice un arreglo muy lindo de un tango de Mariano Mores que se llama Copas, amigas y besos. Escribí la introducción con un solo de cello, y fue una cosa de locos. Las mujeres que trabajaban en el Marabú salieron a la pista y se pusieron a bailar imitando grotescamente un ballet del Colón. Se burlaban de mí, no funcionó y hubo que cambiar el arreglo. Creo que ése fue el primer paso de mi alejamiento posterior de Fiorentino, a él tampoco le gustaban las audacias. Había llegado la hora de formar mi propia orquesta, en 1946." Aún en 1961, los diarios insistían en recordar que "Juan de Dios Filiberto, que hace cincuenta años era el famoso bailarín de Barracas, no podría ni dar un paso con la orquesta de Piazzolla. Pero, a Piazzolla no le interesa pues ignora a Filiberto como a Canaro, Firpo, Fresedo, Julio de Caro, Troilo."

La veta estilística de Piazzolla se afirmó con la creación de Prepárense, Lo que vendrá y Triunfal. En el año 1951 cansado de las discusiones con los tangueros, Piazzolla había decidido largar todo. Desde 1941 tomaba clases de composición con Alberto Ginastera y más tarde, ya en París, Nadia Boulanger lo forzó a adueñarse de su estilo.

Los años en París lo devolvieron al tango. En 1954 escuchó al octeto del saxofonista Gerry Mulligan. "Ese goce individual en las improvisaciones, el entusiasmo de conjunto al ejecutar un acorde, en fin, algo que nunca había notado hasta ahora con los músicos y la música de tango". En 1955 nacía el Octeto Buenos Aires el grupo que con la fuerza de un manifiesto se propuso salvar el tango y enfrentarse a esas orquestas que Piazzolla describía cortejos fúnebres y a esos bandoneonistas que juzgaba aburridos, como viejas tejiendo. Astor proponía "Sacar al tango de esa monotonía armónica, melódica, rítmica y estética que lo envolvía; lograr que el tango entusiasme y no canse al ejecutante ni al oyente, sin que deje de ser tango." Un tango nuevo comenzaba a ganar adeptos entre los jóvenes de pelo largo y dividía las aguas entre los hombres de la vieja generación. Piazzolla seguía dando pelea. "Parecíamos salidos del ERP", declaró en una entrevista hecha en 1999. "¡Ocho guerrilleros subidos al escenario!...Cada uno, en lugar de un instrumento, parecía que tenía una bazuka." Los conciertos con el Octeto terminaban a las trompadas y la zurda de Lefty se hacía sentir. Piazzolla se peleaba con los taxistas que le gritaban hereje y no querían llevarlo. Los medios hablaban del "incomprensible estilo del Octeto" para contestar a las desmesuradas palabras con las que Lefty había golpeado a Salgán y Francini: "Así terminaron Salgán y Francini (después de escuchar Canaro en París en versión del Quinteto Real). Me duele mucho verlos hacer estas cosas."

Astor, como antes su padre, partió a Nueva York. Los medios difundían sus fracasos: "Astor Piazzolla 'incomprendido', decidió ir a la conquista de Estados Unidos. Llegó a Nueva York y consiguió registrar algunas grabaciones, cuyas copias envió a Buenos Aires, afirmando que el jazz—tango se estaba convirtiendo en la sensación del país del Norte. Pero pronto se dio cuenta del error y abandonó el J—T para recurrir a un estilo más aproximado al tango. Su éxito en Estados Unidos, lo instó a regresar a Buenos Aires." La creación de Adiós Nonino marca el final de esa inapacible experiencia. Su estilo musical y sus hábitos belicosos comenzaban a cristalizar. A mediados de los 60, Piazzolla se lanzaba en contra de Mariano Mores, lo tildaba de imitador de Francisco Canaro. Aún hoy Mariano Mores parece no recuperarse de los agravios. En una charla telefónica afirmó no comulgar "con la manera de encarar el tango que tuvo Piazzolla" aunque prefiere no hablar sobre el tema.

Camisas coloridas, collares, gorritas, todo estilo pop. La imagen opuesta a la televisada por Grandes Valores. Su llegada a la televisión fue mirada con curiosidad: "La gente, cuando miró por primera vez al quinteto de Piazzolla, gritó cosas —consigna El Mundo de septiembre de 1966—; qué barbaridad... ¿a esto ahora le llaman tango? Pero un día y otro más ... Hasta que.... ¡Increíble! ... el gran milagro ocurrió: Pero vea que este Piazzolla ...Es una música rara... Uno se resiste, pero... ¡Toca lindo el conjunto! Claro que es muy moderno... Pero es tango."

El encono de los tangueros viejos comenzó a ceder, la música de Astor Piazzolla era aplaudida en Europa, en Estados Unidos e incluso en la Argentina. Aún con ese reconocimiento Astor despuntaba cada tanto su vicio camorrero. En el Teatro Regina, en noviembre de 1971, se lanzó una vez más en contra de los viejos grupos tangueros: "Cuando habían empezado a entender el quinteto, hago esto que lo van a comprender muy pocos y después, cuando lleguen a entender el noneto haré otra cosa". El agudo crítico Jorge Andrés, después de elogiar la obra y la actuación del conjunto reflexionaba: "Lo único que hace falta es que Piazzolla abandone definitivamente su manía persecutoria, que deje de fomentar rencillas con contrincantes que ya no existen ... y asuma el lugar exacto que su música acredita."

En el funesto 1976, Piazzolla volvía a ser atacado. "Si los recalcitrantes tangueros quieren criticarme —respondía— que lo hagan, a mí no me van a destruir. Yo no tengo nada que ver con el tango. Yo hago música del Buenos Aires de hoy. Aquí no hay gauchos en la calle, ni avestruces, ni cuchilleros en la esquina. Somos una mezcla de franceses, italianos, alemanes, qué se yo."

Las polémicas terminaron. La música de Piazzolla ya no representa la vanguardia. Sirve de fondo a telenovelas, a noticieros y publicidades. Numerosas formaciones tocan su obra y pretenden seguir su camino que hasta ahora parece una vía cerrada. Cristian Zárate, pianista del sexteto que toca en el subsuelo de la Galería Güemes explica que el arreglo de El choclo se basa en el de Astor para orquesta de cuerdas y bandoneón. "No tenía sentido arreglar a Piazzolla."

Terminado el show del Piazzolla tango, en el toilette del centro cultural que lleva su nombre, dos señoras con acento caribeño dialogan: "El espectáculo es muy bueno, pero hubiera preferido escuchar El choclo en una versión más normal. Y de La cumparsita, ¡qué me dices! No me di cuenta de qué era hasta que terminó."



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