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LOS NORTEAMERICANOS: ARMAS, CONSUMO Y MIEDOS (Final)

(08/06/03)


Radiografía de una sociedad imperial

Los norteamericanos sienten que son un pueblo elegido. Tienen la economía capitalista más creativa del mundo. Unen con inteligencia el puritanismo religioso con los negocios. Consumen compulsivamente. Se alimentan mal: el 31 por ciento es obeso. Su poderío militar les permite hoy ganar las guerras. También ejercen violencia contra sí mismos. Los obsesiona armarse y un 70 por ciento apoya la pena de muerte. En este informe, los sueños, los miedos, los deseos y las convicciones de un norteamericano medio.



Marina Aizen. CORRESPONSAL EN NUEVA YORK.


Mesianismo way of life

Estos norteamericanos creen que la historia es un circulo vicioso que se repite y que, por lo tanto, pueden reencarnar la saga de George Washington y de los ejércitos que lucharon contra los ingleses. Por eso, quieren estar listos: es decir, armados. Les importa que los principios de 1776 se mantengan intactos. La gente como Katy cree que la Constitución es un documento emanado de la Biblia, inmodificable. Estos fundamentalistas creen que la libertad de expresión y el derecho a poseer armas son sus artículos sagrados.

La locura de los norteamericanos con las armas no tiene mucho que ver con la guerra de la Independencia sino más bien con la conquista del Oeste, y sobre todo, con la Guerra Civil. La Asociación Nacional del Rifle (ANR), esa gigantesca organización que preside el actor Charleston Heston, justamente nació en los años de la guerra de Secesión para enseñarle a la población a disparar bien, no para promover la Segunda Enmienda de la Constitución, la cláusula que permite la portación de armas.

Aunque las milicias y el Partido Republicano asocian las armas a la libertad individual, la mayoría de los norteamericanos no siente que debe tenerlas para participar de una insurrección civil o en la defensa del territorio nacional en caso de un ataque enemigo. Las compran para protección personal. Los miembros de las milicias no son seres extraños, sino representantes de una tradición ultra libertaria, que odia las instituciones del Estado (la policía, la gendarmería y muy especialmente al FBI) hasta el pago de los impuestos. Suelen ser individuos extremadamente paranoicos, patrioteros, racistas y antisemitas.

No son sólo las milicias las que detestan el Estado. El Partido Republicano desprecia la existencia misma de Washington, aunque pelee por controlar el poder. La derecha estadounidense idealiza la descentralización de las funciones de gobierno, en contra de los demócratas que históricamente han impulsado la creación de instituciones, sobre todo para beneficiar a los más pobres. Sin embargo, esto también cambió. Los demócratas muchas veces no se distinguen de los republicanos. Lo que sí es muy republicano es la guerra contra los impuestos. Bush repite todo el tiempo que el dinero es del individuo, no de la burocracia.

En un artículo llamado ¿Podemos ser ciudadanos de un imperio mundial?, el sociólogo Bellah dice: "efectivamente, la profunda hostilidad al gobierno en nuestra tradición convierte a la idea de un imperio en repugnante. Si domésticamente no queremos un gobierno fuerte, ¿por qué querríamos dominar al mundo?". Pero el imperio del siglo XXI no tiene que ser territorial, como lo fue el de Roma. Los mecanismos de dominación y control son mucho más sofisticados. Los norteamericanos ni se dan cuenta del planeta donde viven. Son ignorantes geográficos. Pero se saben poderosos y les encanta. En el medio de la guerra contra Irak, una mujer, que quería expresar su adhesión a las tropas, fue entrevistada por la National Public Radio. "Yo apoyo la guerra la guerra en.....en...en....", dijo vacilante, sin poder mencionar el lugar donde ocurría la batalla. "En ese país", agregó finalmente, como si evitara un papelón.

No podía siquiera acordarse de Saddam. En verdad, qué importaba.




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