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LA HISTORIA DEL HAMBRE - Argentina

(24/11/02)




Domingo 24 de noviembre de 2002

Clarín


LA HISTORIA DEL HAMBRE

La maldita paradoja del granero del mundo

La Argentina comenzó el siglo XXI igual que como comenzó el siglo XX. El hambre es su principal paradoja porque produce alimentos para dar de comer a doce veces su población. Las razones de la pobreza y la indigencia. Cuándo, cómo y por qué comenzaron a crecer. Cuáles fueron las respuestas a este flagelo que ya tiene ocho millones de indigentes y mata a niños y jóvenes.

De repente, el granero del mundo se desplomó encima del hambre: no lo ocultó, lo alimentó y la Argentina devino a sus ojos y a los del planeta un granero del hambre.

Como si la condición de su existencia fuera dibujar la paradoja perfecta porque produce alimentos para darle de comer a una población doce veces mayor que la propia, es decir, a más de 300 millones de personas. Como si se tratara de una trágica excepcionalidad argentina a la ley de Malthus, quien sostuvo que las crisis de hambre se producían porque la población crecía geométricamente y la producción de alimentos, aritméticamente. "Acá la producción de alimentos crece más rápido que la población: el problema es de distribución de la riqueza.", dijo el historiador Fernando Devoto. En 2002, la brecha en esa distribución en Capital y el Gran Buenos Aires refleja que con un ingreso calculado en unos 3 mil millones de pesos, cerca de 1.200.000 ciudadanos reciben más de 1.140 millones (37,6 por ciento), mientras que el otro 1.200.000 más pobre recibe apenas el 1,1 por ciento, es decir, unos 30 millones.

Noviembre fue, sin duda, el mes más cruel: la muerte visitó cuerpos pequeños, de piernas escuálidas y ojos desorbitados en los hospitales de Tucumán. Pero en los meses previos, el año previo, hubo otras imágenes que anticiparon la crisis del hambre en el torbellino de compatriotas que se arremolinaba sobre los tachos de basura de las ciudades para capturar los restos de comida. Fue cuando se supo que el hambre había llegado para quedarse como una estampa indeleble de la historia social argentina de comienzos del Tercer Milenio.

Hoy, se sabe, hay 20 millones de pobres y unos ocho millones de indigentes. Y si bien el hambre en la Argentina tiene historia, las razones de su extensión como una mancha ominosa tienen, apenas, veintisiete años, una fecha que remite al fin del corto ciclo del Estado de bienestar. Las estadísticas y los analistas son concluyentes: los tres períodos del siglo XX donde el hambre estalló como consecuencia de la desocupación y la pobreza se ubican en la etapa donde imperó un modelo económico conservador o neoliberal: 1930-1940, que se inició con con la dictadura del general Agustín P. Justo; 1976-1983, con la dictadura de Jorge Videla y la dirección económica de Alfredo Martínez de Hoz y, por último, el del decenio 1992-2002, que abarcó la era de Menem, con la gestión de Cavallo y se extiende hasta el presente transicional de Eduardo Duhalde.

Lo cierto es que hasta 1974, había, apenas, un 5 por ciento de pobres en las zonas urbanas —donde se concentraba casi el 80 por ciento de su población— es decir, cerca de un millón y medio de habitantes. En el apenas estaba la constatación de que el hambre, ese sustantivo casi abstracto que se torna concreto, rotundo, en el cuerpo de los niños y adultos que lo padecen, no era una plaga voraz en aquel país gobernado por Juan Perón en su senectud. La frase "pobres hubo siempre" podía ser dicha por las elites impávidas para justificar la avaricia o por las dirigencias impotentes. Pero eso no modificaba el dato esencial de que la Argentina era un país industrial, con apenas el 6 por ciento de desocupación, el 45 por ciento de participación de los trabajadores en la riqueza nacional (PBI) y la más baja tasa de analfabetismo y de mortalidad infantil de América latina, donde la media regional de pobreza era el 26 por ciento.

¿Qué ocurrió? Un viaje al fondo del siglo XX argentino revela, que la historia del hambre está ligada a la historia de la pobreza. También, que no siempre pobreza fue sinónimo de hambre y que las respuestas culturales de la sociedad y políticas del poder cambiaron a lo largo del siglo. Según un estudio de Mario Rapoport y Ricardo Vicente, entre 1910 y 1920, el hambre no afectaba tanto a los trabajadores urbanos como rurales. En el campo bonaerense, no había trabajo. Mientras los tinglados de las estaciones ferroviarias, los depósitos de los particulares y los galpones de las estancias estaban abarrotados de cereales para exportar, muchos niños y mujeres mendigaban pan, zapatos y ropas viejas o revolvían los tachos de basura, como hoy, para encontrar cosas para vender.

La situación continuó en la década del 30 al 40, parida por el primer golpe militar de la historia, y conocida como la Década Infame por el fraude político y la represión al movimiento social. En 1933, "como legado del ominoso modelo agroexportador, se calculaba que el 30 por ciento de los convocados para el servicio militar obligatorio estaban incapacitados por la alimentación defectuosa y la desnutrición durante su gestación. Hacia 1935, la mortalidad general e infantil era mayor que la de Estados Unidos, Alemania, Nueva Zelandia, Canadá, Dinamarca, Holanda, Suecia y Uruguay. La inmigración se detuvo y muchos extranjeros querían volver a sus países de origen. A fines de la década, la clase obrera urbana seguía viviendo en conventillos; muchas mujeres trabajaban en el servicio doméstico. Entonces, se calculaba que dos millones de trabajadores rurales vivían en condiciones miserables", explicó Rapoport.

La Argentina era ya el granero del mundo, con la vaca atada, pero ese granero no derramaba bienestar. Los pobres de principios de siglo y hasta 1930, según la socióloga Susana Torrado, fueron los últimos inmigrantes transoceánicos. "Pero, a medida que iban llegando, si conseguían trabajo, salían de la pobreza extrema. Obviamente la población criolla del Noroeste y Noreste y la población rural de casi todo el país era pobre. No fueron incorporados al progreso y bienestar que indujo el modelo agroexportador. Por eso, a partir de esa década tienen origen las migraciones del campo a la ciudad". Entre 1910 y 1940 se popularizaron las ollas populares, las mesas compartidas de los conventillos como expresión de solidaridad y, desde el Estado, dijo Torrado, "el gobierno impulsó a las sociedades filantrópicas privadas, como la sociedad de beneficencia, que incluso tenía financiamiento estatal." En las primeras dos décadas no había siquiera leyes de asistencia y previsión social. A partir del 30, se creó la Junta Nacional de Desocupación, con cierta forma de asistencialismo estatal.

En las décadas del 50 y del 60, con el surgimiento del peronismo y el asentamiento de la industrialización sustitutiva de importaciones descendió el nivel de desocupación y aumentó la participación de los trabajadores en el ingreso a un 44 por ciento durante los primeros gobiernos de Perón, y a un 35 por ciento promedio, durante los años de la presidencia de Arturo Frondizi y los sucesivos gobiernos militares. Pero las migraciones del campo a la ciudad, hicieron crecer las poblaciones marginales: no hubo una " Villa desocupación", como en el 30. Sí fue el turno de las villas miseria, y de la estrategia distributiva del Estado a favor de los trabajadores o a través de la Fundación Eva Perón. Una estrategia que se interrumpió con el golpe militar contra el peronismo y siguió bajo formas de solidaridad social o en programas de atención, ya para entonces monitoreados por organismos internacionales como el FMI o el Banco Mundial.

En los setenta comenzó otra historia. Rapoport sostiene que "a partir de 1976, el modelo aperturista neoliberal generó un clima de inestabilidad, de estancamiento productivo y la consecuente débil demanda de trabajo formal precipitó, sobre todo entre 1980 y 1982 el crecimiento de la llamada pobreza crítica". La imagen de la "pobreza estructural" de aquellos años no era aún la de la indigencia. "Eran pobres con altas tasas de fecundidad, de bajo nivel de educación, viviendo en casas precarias o villas de emergencia", explicó el sociólogo Alberto Minujin. Pero, para entonces, el descenso de la participación de los trabajadores en el PBI a un 28 por ciento, y la ausencia de políticas sociales durante la dictadura generó, hacia final de la década, el sustrato de lo que Minujin define como "nuevos pobres": el ingreso de sectores medios a la pobreza y el paso de los pobres estructurales a la indigencia. La dictadura dejó medio millón de hambrientos entre las zonas urbanas y rurales.

Con la democracia recuperada en 1983, la asistencia estatal fueron las cajas PAN y entraron a tallar las ONGs: el 18 por ciento de la población urbana era pobre, pero ese porcentaje se redujo al 15 por ciento en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín. La híperinflación lanzó al 47 por ciento de la población a la pobreza. Un porcentaje que tuvo un retroceso entre 1991 y 1993, pero que —vía el achique del Estado a través de las privatizaciones— volvió a trepar a partir de ese año y ya no se detuvo hasta los ocho millones de indigentes 2002, asistidos, esta vez, por los Planes Jefes y Jefas de Hogar. A lo largo del siglo nunca hubo un de seguro de desempleo.

Ahora se sabe que respecto a la desocupación, a la pobreza y al hambre la Argentina entró al siglo XXI repitiendo las marcas del comienzo del siglo XX, como si todo el siglo se hubiera perdido para siempre. El historiador social Ricardo Cicerchia lo dice así: "Desde 1975 hasta hoy, la descomposición obscena del mundo del trabajo generó un tipo de pobreza holística. Se es pobre porque se carece de todo. Desde entonces, la pobreza y el trabajo se disocian." Finalmente, qué sabe la sociedad sobre el hambre en este siglo. Cicerchia recuerda, registra: "Sabemos que el pan, hasta la década del 40, brillaba por su ausencia. Sabemos que en 1950 eran artículos de lujo los buenos vinos, el jamón, el chocolate y las especias. Sabemos que hasta principios del 70 se portaba con orgullo la pobreza. Sabemos que los chicos de Malvinas, por otra razón, también pasaron hambre. Sabemos que hoy cientos de miles recorren las calles buscando comida. Y sabemos que la alimentación de los pueblos recorre los mismos itinerarios de la democracia y sus cuentas pendientes".



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