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JUDITH BUTLER: CRITICA LITERARIA Y FEMINISTA - Servicio sexual obligatorio

(20/07/03)


Una de las más provocadoras teóricas actuales describe la sexualidad, no como la elección voluntaria de un sujeto libre, sino como efecto de reglas culturales que dicen que es lo normal y que es lo "abyecto".

ADRIAN CANGI.

En la última década, los textos de Judith Butler resultan un modelo polémico, original y subversivo de la práctica teórica transversal. Con un pie en la academia, como profesora de retórica y literatura comparada, y otro en la militancia, como activista feminista, funde en sus ensayos a autores como Lévi-Strauss, Lacan, Foucault y a insumisas del debate feminista, como Simone de Beauvoir, Irigaray, Kristeva, Wittig. Concibe la práctica teórica como disputa y polemiza con Zizek, Laclau y Mouffe el dominio de la representación política. Atraviesan sus ensayos la filosofía, la antropología, el psicoanálisis y la teoría literaria para cuestionar el uso que en los saberes contemporáneos se otorga a las nociones de iden tidad y representación. Se trata de una de las fundadoras del debate sobre lo queer y es una aguda problematizadora de los estudios clásicos de género.

En libros como en El género en disputa (1990; editado en castellano por Paidós en 2001), Mecanismos psíquicos del poder (1997; editado por Cátedra en 2001), El grito de Antígona (El Roure, 2001) y Cuerpos que importan (Paidós, 2002), insiste una lúcida crítica a la idea esencialista de que las identidades de género son inmutables y encuentran su arraigo en la naturaleza o en las teorías biológicas. Para la autora, sexualidad y género no son el resultado de un voluntarismo propio de un sujeto que escoge, sino un proceso de coacción y construcción cultural que divide las aguas, entre las normas reguladoras heterosexuales y los cuerpos abyectos, infames y no legitimados que no se ajustan a ellas. Estos últimos serían esos cuerpos que, al exceder a la matriz heterosexual o régimen de repetición sexual regulador, se desplazan entre los estigmas paralizantes y las sexualidades patologizadas.

El poder, para la autora, opera delimitando la materialidad de los cuerpos y definiendo la interioridad psíquica del sexo. Opera como efecto forzado que forma al sujeto, le proporciona la condición de su existencia y la trayectoria de su deseo. Revisando a Foucault, Butler señala el carácter paradójico del poder, la doble valencia que lo constituye como portador de la sujeción y la producción. En sus textos se pregunta, primero: ¿cuál es la forma psíquica que adopta el poder? Para responder indaga los sometimientos, resistencias y resignificaciones que circulan en lo simbólico. Señala las constantes históricas de las formas sexuadas y la materialización del sexo mediante la aplicación de esquemas reguladores. Luego, cuestiona: ¿cómo las prácticas sexuales no normativas ponen en tela de juicio la estabilidad del género? Los supuestos sobre los que trabaja esta pregunta son: (a) que de ninguna forma la jerarquía sexual produce y consolida el género y (b) que tener un género no significa haber establecido una relación heterosexual de subordinación.

Para la autora, la tarea central consiste en ubicar las estrategias de repetición subversiva y afirmar las posibilidades de intervención mediante la participación en prácticas de repetición que constituyen la identidad. Se trata de un sujeto que, atrapado culturalmente en la heterosexualidad, negocia sus construcciones, siendo capaz de producir configuraciones de género a expensas de la sexualidad normativa.

Performatividad es el concepto que atraviesa el debate filosófico de John L. Austin a Jacques Derrida y que Butler utiliza para comprender el dominio simbólico y la construcción de género. Lo performativo no debe entenderse como un libre juego ni como una auto-representación teatral y nada tiene que ver con el sentido de realización. No emerge de un acto único sino de un ritual repetible que logra su efecto naturalizándose culturalmente en el cuerpo. El género resulta, para la autora, performativo, porque registra en sucesivas capas rituales, vigilancias y castigos que configuran en el tiempo el aparato psíquico. Aquello que habilita socialmente a los cuerpos que importan es la cadena repetible de citas que el género expone simbólicamente como la red de autorizaciones y prohibiciones. Entonces, éste funciona por repetición e impone formas hegemónicas de masculinidad y feminidad, mientras Butler sostiene que cuando no logran repetirse fielmente dichas formas se abre en su fracaso una posibilidad de resignificación del género. A este quiebre de la repetición, la autora, lo llama espacio ocasional en el que habita el cuerpo abyecto.

En estos espacios, los comportamientos se vuelven hiperbólicos o excesivos y cuestionan la legitimidad de la autoridad desplegando un acatamiento paródico de la ley. Los estilos de vida de los cuerpos excluidos producen, para la autora, un corrimiento en las vidas que la hegemonía considera que merecen la pena salvarse. La performatividad como repetición ritual habilita al sujeto y constituye su condición temporal. Sólo la pérdida de las normas de género heterosexual tendría el efecto de hacer proliferar diversas configuraciones de género, desestabilizar la idea de identidad sustantiva y abrir el futuro para los denominados cuerpos abyectos. Por ello Butler sostiene en Cuerpos que importan que si existe libertad de acción, debe buscarse, paradójicamente, en las posibilidades que ofrece la apropiación de la ley reguladora, su condición impuesta y la identificación con las demandas normativas.


A. Cangi es profesor en la UBA, autor del libro de crítica Performance. Género y transgénero (Eudeba)



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