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Haroldo de Campos - El saludo del poeta sabio

(01/09/03)


El pasado 17 de agosto murió todo un poeta. Porque desde Auto do Posesso, su primer poemario de 1950, hasta hace pocos meses en los que conmovió a los lectores con A Máquina do Mundo Repensada, Haroldo de Campos nunca dejó de escribir poesía y de entregarse a ella. Es cierto que también practicó la crítica literaria, tradujo, completó una tesis de doctorado sobre Macunaíma, de Mário de Andrade, colaboró con músicos populares, rescató del pasado a escritores brasileños como el genial Soussandrade, fue profesor universitario y participó en política en el PT brasileño. Pero todas las cosas que hizo fueron hechas sub especie de la poesía. Y fue tan furioso y obstinado en su entrega al oficio que, con Haroldo, no sólo falleció una de las personalidades más fascinantes de la literatura brasileña del siglo XX sino alguien que encarnó un tipo singular de escritor: el del poeta sabio. Alguien que pensó toda la máquina del universo con los instrumentos que le entregó la materialidad del lenguaje y con los saberes que puso a su disposición la tradición poética y que él usó con temperamento vanguardista. "Poeta-pensador" lo llamó Jacques Derrida en una rememoración donde se pregunta: "este hombre sabe todo, ¿cuál es el secreto que detenta?".

Haroldo de Campos participó del concretismo junto con otros dos grandes poetas: su hermano Augusto y Décio Pignatari. Surgido en 1956, este movimiento vanguardista tuvo la virtud de reactualizar los vínculos de la poesía con la música y las artes plásticas contemporáneas y de investigar la espacialidad y la especificidad del lenguaje poético. Ya a mediados de los 60, Haroldo siguió un camino propio y serializó el minimalismo concreto en unos textos en prosa a los que bautizó Galáxias. A partir de entonces, su escritura trabajó las tensiones entre narratividad e instante poético siguiendo el modelo del descenso al infierno y la revelación epifánica, pero todo en el espacio de la página.

Como traductor tuvo predilección por esas tensiones: vertió al portugués cantos del Paraíso de Dante y la Noche de Walpurgis del Fausto de Goethe; se acercó a la narratividad de Homero (su última publicación fue su traducción de La Ilíada) y al lenguaje fragmentario de los textos bíblicos. Haroldo siguió durante toda su vida los preceptos de Ezra Pound (traducir la forma, considerar la traducción un acto creativo, elegir a los autores del pasado por su potencialidad actual) pero fue mucho más arriesgado que su maestro tanto por sus elecciones como por su curiosidad permanente. Para dar cuenta del lugar central que le otorgaba a la traducción, creó un nuevo término: transcreación. De los argentinos, Haroldo tradujo a Juan Gelman, Juanele Ortiz y Oliverio Girondo. Tal vez en la pasión que estos dos últimos autores despertaron en él, se cifre la tarea fabulosa de su obra: encontrar el pasaje que une la radicalidad formal y la sabiduría vital.

En el campo de la crítica, Haroldo fue uno de los teóricos latinoamericanos más imaginativos, forjó conceptos y, si bien se mantuvo siempre actualizado, nunca dejó de recorrer un camino propio y original. Para la historia de la literatura, inventó el concepto de lectura sincrónico-retrospectiva que tiene como fin liberar al historiador de los valores heredados y lo impulsa a leer desde el presente las constelaciones del pasado sin perder la historicidad. También tuvo conexiones muy activas con el mundo de la música popular, como lo demuestran sus colaboraciones con Marisa Monte y Caetano Veloso. Es que con Haroldo también se va extinguiendo una estirpe de escritores latinoamericanos que, habiendo vivido toda su adolescencia entre libros, de repente descubren que ese mundo se prolonga en los medios masivos.

Como persona, nadie que lo haya conocido puede olvidar su entusiasmo sagrado y su generosidad. Julio Cortázar, que fue su amigo y lo visitó varias veces en Brasil, lo convirtió en uno de los personajes de Un tal Lucas. Y Néstor Perlongher tradujo varios de sus poemas, entre ellos el excepcional "Opúsculo goetheano". Ya en sus últimos días, con más de 70 años, el poeta brasileño había traducido poemas del nahuatl (sumando así otro libro a los treinta que llevaba publicados) y estaba estudiando árabe y egipcio antiguo. La mala salud no lo abandonaba pero él seguía estudiando, polemizando, escribiendo: murió Haroldo, pero ese saber que él supo mantener activo durante toda su vida todavía tiene mucho para revelarnos.
GONZALO AGUILAR



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