CASLA - NOTÍCIAS


Esperando Godot completa 50 anos

(05/01/03)


TEATRO: A CINCUENTA AÑOS DEL ESTRENO DE ESPERANDO A GODOT

Un antes y un después

La obra de Samuel Beckett se estrenó en París, el 5 de enero de 1953. Y es quizá la más poderosa metáfora teatral que se haya escrito en el siglo XX.


Ivana Costa. DE LA REDACCION DE CLARIN.


Hace 50 años, en una pequeña sala parisina, se estrenaba Esperando a Godot, de Samuel Beckett, quizá la más poderosa y aguda metáfora teatral que se haya escrito en el siglo XX. Tanto es así que la mínima anécdota que la obra relata ha sido a menudo considerada como el hito de la vanguardia teatral, como el singular acto que marcó la ruptura con el teatro burgués, psicológico, narrativo, naturalista.

Pero si bien es cierto que existe un antes y un después de Esperando a Godot en el teatro contemporáneo, la hazaña de Beckett no fue inaugural sino, más bien, de clausura. Su pieza no es un producto aislado, solitario y primigenio; continúa una tradición que entonces representaban las piezas de Jarry, Ionesco o Adamov. Si Esperando a Godot tiene mayor derecho que otras a ser considerada un clásico es porque su extrema simplicidad y su eficacia dramática la convierten en una culminación de aquella efervescencia.

El proceso que llevó al debut de Esperando a Godot —en el Thé tre de Babylone, con dirección de Roger Blin— duró más de tres años y demandó arduas negociaciones en busca de financiación y padrinazgo. Lo que siguió al estreno, en cambio, fue el éxito, la consagración mundial, las representaciones en los sitios más diversos. Y la base de este sentimiento general de fascinación y de maravilla está en la capacidad de la obra por seguir sugiriendo, día a día, infinitas interpretaciones.

Porque, ¿qué es Esperando a Godot? Por decirlo en pocas palabras: sólo la angustiosa espera de dos hombres, Vladimiro y Estragón, por la llegada de un tal Godot, que nunca llegará. No se sabe quiénes son ellos —¿vagabundos? ¿payasos? ¿sobrevivientes?— ni ellos tienen memoria de su pasado inmediato. Quizás hayan estado allí, en el escenario, desde siempre. Tampoco se sabe quién es Godot —¿Dios? ¿la esperanza? ¿el futuro? ¿el Estado? ¿la salvación? ¿la muerte?—; pero su ausencia deja al descubierto la eterna postergación de esos personajes —del hombre actual— y provoca una melancolía profunda, creciente, destinada a no ser nunca superada.

En 1950, Suzanne Deschevaux-Dumesnil, que fue la compañera de Beckett por 45 años, recorrió las calles de París con el manuscrito en busca de un editor y luego de un director. Al cabo de muchos rechazos, llegó al Thé tre de la GaÃté-Montparnasse, donde Roger Blin dirigía Sonata de espectros, de Strindberg. El director, quien puso en escena muchas de las piezas de Beckett, contó alguna vez los pormenores de este encuentro con el autor irlandés.

"Durante los meses en que representábamos la obra de Strindberg —que dicho sea de paso, no andaba muy bien de público— Beckett se contó entre los espectadores. Vino una segunda vez y, después su esposa Suzanne me trajo el manuscrito de Esperando a Godot. Beckett había juzgado que mi trabajo sobre Strindberg me convertía en alguien capaz de comprenderlo e interpretarlo sobre un escenario. Lo leí con pasión y quedé seducido; pero por desgracia mi situación financiera no me permitía hacer frente a una empresa de tanto riesgo."

Beckett, nacido en 1906 en un suburbio de Dublin, se había establecido en Francia en su juventud. Entre 1946 y 1949, al cabo de una visita a su madre enferma que lo dejó muy impresionado, escribió en francés tres novelas: Molloy, Malone muere y Lo innombrable; sus Textos para nada y la pieza Esperando a Godot. Según contó en una entrevista, escribió Godot en tres meses, sin corregir casi nada del borrador. Se suele hablar del desinterés de Beckett por el teatro como espectáculo, pero Blin contaba que el autor tenía mucha ansiedad por ver su obra representada: "Aunque enemigo de cualquier forma de compromiso —dice Blin—, seguía mis esfuerzos con paciencia".

Al final, Blin consiguió una importante subvención de 500 mil francos y fue a ver a Jean-Marie Serreau, director del pequeño Thé tre de Babylone. "Después de vacilar durante un año, esperanzado con la subvención que podía restaurar su propia situación financiera, Serreau resolvió permitirme intentar la aventura y puse manos a la obra. En 1953, Esperando a Godot subía, por fin, a escena."

Las críticas parisinas fueron moderadas pero auspiciosas. Robert Kemp, de Le Monde, no encontró gran novedad en la obra y la comparó con un programa de radio que era muy popular en ese momento, interpretado por dos "vagabundos"; Renée Saurel, de Les Lettres Fran»caises, se admiraba de que "sobre un tema tan abstracto, tan general, como es el tedio de vivir, la búsqueda vana de Dios, la persecución obstinada de la felicidad, un autor haya podido escribir una obra tan cruel, tan extraña, tan viva...". Gabriel Marcel escribió en Les Nouvelles Litteraires que Godot podía "ser recomendado, a condición de especificar que no hay aquí prácticamente nada que se parezca a lo que llamamos teatro".

El fenómeno excedió, sin embargo, el alcance de toda crítica, como revelan las traducciones a 18 idiomas que se hicieron en los años siguientes; sus puestas en Europa, en la Argentina (1956), en la cárcel de San Quintín, para presos condenados a prisión perpetua (1957). Entre las múltiples lecturas que se hicieron desde entonces, suele prevalecer la de quienes ven en la admiración por Esperando a Godot una especie de necesidad general de confirmar la desilusión, la oscuridad de estos tiempos. Pero hay otras perspectivas. Beckett cambió en un momento su lengua natal, el inglés, por el francés, como una "manera de ser más pobre", ya que para él "el inglés estaba atiborrado de sensaciones". Allí hay una clave para entender, en general, el sentido de la obra de Beckett. Como señaló el crítico Marcelo Cohen, "Sus palabras están ahí no para quitarnos la esperanza, sino para salvarnos de la credulidad condicionada."



há mais de 20 anos na Luta pela Integração Latino-Americana