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DAVID A. SIQUEIROS EN ARGENTINA

(02/08/03)


Decenas de artículos relataron, en los dos últimos años, las ideas y vueltas imaginarias del mural encerrado en contenedores en el sótano de una quinta. Sin embargo, poco se ha contado de la permanencia de David Alfaro Siqueiros en Argentina, muy fértil para el artista y que produjo una gran agitación en las artes plásticas de Argentina.

El 25 de mayo del 33, luego de una estadía de varios meses en Montevideo, el muralista mexicano llegó a Buenos Aires. Tenía treinta y siete años y una historia intensa de militancia. A los diecinueve había combatido en las tropas de Venustiano Carranza, cabeza del levantamiento popular que luchaba contra la dictadura de Victoriano de la Huerta. Años más tarde reflexiona: "El ejército de la revolución nos entregó la geografía, la arqueología, la tradición entera y el hombre de nuestra patria, en su más directos, completos y dramáticos problemas". Cuando en 1917 triunfó el movimiento constitucionalista, retomó la pintura, abandonada al comenzar la guerra, y viajó como agregado militar a la embajada mexicana en España. En Barcelona, Siqueiros escribe su "Llamamiento a los artistas de América", en el que afirma que "sin la revolución no hubiera existido la pintura mexicana"; habla en el entierro de un anarquista mexicano asesinado por la policía y es expulsado del país. Al regresar a México se convierte en líder sindical y funda la revista Machete. Allí pinta su primer mural, en el anfiteatro de la Escuela Nacional preparatoria: una mujer con alas rodeada de figuras abstractas que simbolizan los cuatro elementos. Una figura de mujer enfocada desde el rostro, algo que luego desarrollaría en "Ejercicio plástico", su mural de la quinta de Don Torcuato. En 1931, una huelga sangrienta lo cuenta entre sus filas y luego de la cárcel se exilia en Los Angeles.

En California, Siqueiros deja un reguero de escándalo con sus obras antiimperialistas. En enero de 2004, "América Tropical", uno de los tres murales que realizó en Los Angeles, podrá verse allí restaurado. Otro, "Retrato actual en México", es el único que se conservó intacto. "Mitín Obrero" fue totalmente destruido. ¿Supo Siqueiros que su "Ejercicio plástico" también fue abandonado al desgaste más cruel? ¿Qué vínculo lo unió con esta obra que no volvió a ver, y que ni siquiera fue valorada por los argentinos hasta que un oscuro litigio la sacó a la luz?

La estadía de Siqueiros en Argentina dejó una estela de controversia en el campo de la pintura, en años en que el compromiso social del artista se recortaba como la posición a seguir por las vanguardias en el mundo entero. A Buenos Aires vino invitado por la Sociedad Amigos del Arte. Poco tiempo antes, esta asociación había sostenido una campaña pública en pro de la libertad del mexicano. El 1ø de junio inaugura su muestra en la sede de Amigos del Arte; rodeado de personajes de la pintura, las letras y la política, realiza otras exposiciones individuales y charlas en asociaciones universitarias y en agrupaciones obreras. No sólo habla de pintura: también analiza los candentes problemas del sindicalismo latinoamericano.

Siqueiros tiene que dar tres conferencias sobre un tema inocuo. Sin embargo no puede con su genio y convoca a los artistas argentinos a sumarse a su proyecto de "arte proletario". No eran épocas en las que se pudiese, impunemente, en la Argentina, lanzar discursos revolucionarios. El gobierno conservador del general Agustín P. Justo, aunque surgido de elecciones, no ahorró cárcel a quienes se le oponían. Y la amenaza del fascismo se enquistaba en grupos como la Legión Cívica y la Liga Patriótica, que amenazaban públicamente con quemar las salas donde Siqueiros había iniciado su ciclo de conferencias. La programación fue levantada. Pero la conferencia de todos modos tuvo lugar en el subsuelo del Hotel Castelar, auspiciada por la agrupación cultural Signo, y la polémica se transcribió en los diarios. Lo que Siqueiros pretendía era "sacar la obra de arte de las sacristías aristocráticas en donde se pudre desde hace más de cuatro siglos", para llevarla a la calle, "a aquellos lugares donde el tráfico del pueblo sea más intenso y a los lugares donde concurran mayores núcleos de personas". La polémica se profundizó cuando el pintor calificó algunas obras de autores argentinos como propias de gente snob y criticó su "anacronismo técnico" y "melancolía estética". Sin embargo, rescató a Spilimbergo y destacó "la capacidad y fuerza" de Forner, Castagnino y Victorica, aunque consideró "abominables las obras de Guillermo Butler". (Estos y otros materiales publicados en Crítica se encuentran en Palabra de Siqueiros, FCE.)

Fue en estas reuniones que el mexicano conoció a Natalio Botana, director y dueño de Crítica, que lo salvaría de una situación insostenible al proponerle que se instalara en su quinta "Los granados", de Don Torcuato. Botana, aunque no era un coleccionista de arte, compartía con otros miembros de la burguesía ilustrada la predilección por las innovaciones: el edificio de su diario, un ejemplo de art nouveau diseñado por el húngaro Jorge Kalnay, lo atestigua. Pero era un complicado mecenas, ya que si bien había apoyado a los anarquistas, también había conspirado para el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. Era amigo del presidente Justo.

Siqueiros, acompañado por Oliverio Girondo, recorrió la ciudad en busca de espacios para demostrar sus teorías y estuvo a punto de conseguir que se le permitiera decorar los silos semicilíndricos en el Puerto. Botana le propuso entonces desarrollar su teoría del "arte para todos", pero no en un espacio público ni en el hall del espléndido edificio que acababa de inaugurar en la Avenida de Mayo, sino en el más privado de todos los espacios: un bar subterráneo de su quinta. Y partió un día Siqueiros a "Los Granados", adonde llegó poco después su compañera Blanca Luz Brum. Ella era una heroína al estilo de las novelas de André Malraux, audacísima mujer que vivía con él desde hacía cuatro años y que había revolucionado las vidas y los corazones de algunos intelectuales peruanos, entre ellos José Carlos Mariátegui, el ideólogo marxista fundador de la revista Amauta, con quien visitó Buenos Aires en 1928. Blanca Luz sorprendió a todos, incluida la intelectual comunista María Rosa Oliver, quien a pesar de compartir sus ideas políticas, escribió: "Fue como si me picara el cuerpo entero cuando en la casa de Victoria (Ocampo) le oí espetar a la uruguaya buena moza, en aquellos días, compañera de Siqueiros que: 'El secuestro y la sífilis son males del capitalismo'". No pensó lo mismo, sin embargo, el poeta Raúl González Tuñón, por entonces colaborador de Crítica, cuando le dedicó un poema que termina diciendo:

"Yo quisiera arrojar una bomba derrocar un gobierno./ hacer una revolución con mis manos amigas de la luz, de la caricia/ destruir todas las tiendas de los burgueses/ y todas las academias del mundo/ para que venga Blanca Luz y me ame".



Su hijo Helvio revela en Tras los dientes del perro lo que quizás fue la verdadera razón de por qué Botana se encaprichó con un mural doméstico: la belleza un poco artificiosa de Blanca Luz, peinada y con cejas gruesas a lo Frida Kahlo. Lo cierto es que Blanca Luz no sólo acompañó a Siqueiros a "Los granados", sino que se quedó allí como dueña de casa, si bien Botana seguía casado con su mujer, Salvadora Medina Onrubia. Una elegante tarjeta manuscrita, guardada en el Archivo a su nombre en la Biblioteca Nacional de Montevideo, no deja lugar a dudas: se trata de una invitación de Natalio y Blanca.

Siqueiros tardó tres meses en completar su "Ejercicio plástico": obra que resignifica la concepción del arte de caballete, a la que el artista había repudiado explícitamente. El espacio de Botana era un subsuelo semicilíndrico al que se bajaba por una pequeña escalera, con un volumen aéreo de menos de noventa metros cúbicos, que fueron analizados y estudiados y sobre los cuales se proyectaron los bocetos por medio de fotos ampliadas y cámaras cinematográficas. Caballetes, pintura plástica otra vez, que Natalio compró en cantidades increíbles, y Blanca Luz desnuda, acostada sobre una mesa de vidrio de modo que los efectos de la presión de su cuerpo pudieran ser vistos detrás del vidrio. No trabaja solo: lo acompañan Spilimbergo, a quien había calificado como "el mayor artista argentino de todos los tiempos", Berni, Castagnino, el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro y quizás León Klimovsky.

El tema surgió en un descanso. Cuenta Juan Carlos Castagnino que Siqueiros estaba asomado a un aljibe cuando empezó a apreciar cómo su imagen en el agua comenzaba a ondular cuando su mano la tocaba apenas, y recordaba el movimiento del mar encerrado en una caja.

Botana dedicó al mural varias ediciones de su diario y sesiones de fotos, proclamándolo iniciador de "una nueva concepción de la plástica" en la Argentina. Siqueiros, una vez terminada la tarea, olvidado de que lo controlaba la policía, acudió sin temor a una asamblea del Sindicato de la Industria Textil, acompañado de Salvadora de Botana, probablemente, y allí fue detenido y nuevamente deportado. Nueva York, España y el combate en la Guerra Civil, luego Chile, y otro regreso a México. Entre 1936-37, su trabajo en Nueva York dio origen al "Estudio Experimental", del que participó el pintor estadounidense Jackson Pollock.

"Ejercicio plástico" fue compuesto casi cuarenta años antes de su muerte. Siqueiros guardó algunos papeles de su etapa en Buenos Aires. El archivo Siqueiros que se conserva en la Fundación Paul Getty consiste en manuscritos y algunos bocetos. La serie III, etiquetada como South America, ca. 1933, tiene entre otros un fragmento de una carta de Siqueiros a B.L. Brum, un fragmento del manifiesto "¿Qué pretendemos?", elaborado en Buenos Aires, su conferencia sobre el arte muralista mexicano, un folleto sobre "Ejercicio plástico", el catálogo de la muestra en Amigos del Arte, una fotografía del mural, y un fragmento de "El arte en la Argentina", publicado en Crítica.

Siqueiros murió en 1975, a los ochenta y un años. Entre 1960 y 1964 el gobierno mexicano lo encarceló acusado del delito de "disolución social" (ver rec.). Hoy se lo considera un "héroe nacional". Aunque buscó la permanencia, no se aferró a sus trabajos. Su archivo, conservado en el país que destruyó sus obras, son apenas pobres papeles que no cobrarían vida sino en la fantasía de quien pudiera replicar cómo se movieron aquellos personajes. La verdadera historia sólo puede encontrar su voz en los relatos, como el del diplomático argentino Javier Fernández, que no olvida que, al visitar a Siqueiros en Cuernavaca, poco antes de su muerte, el pintor lloró al escuchar el nombre de Blanca Luz Brum.


J. Delgado fue subdirectora de la Biblioteca Nacional. Su último libro es El bosque de los libros. Prepara una novela cuyo personaje principal es Salvadora M. Onrubia de Botana.



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