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CONVERSACION CON CARLO GINZBURG - El largo aliento de la historia

(13/07/03)


Uno de los historiadores más importantes de Occidente, Carlo Ginzburg ha tenido no sólo un amplio reconocimiento académico, sino una acogida entusiasta entre el público lector no especializado de América y Europa. Prueba de lo último es el éxito editorial de al menos tres libros suyos: El queso y los gusanos (la historia de las ideas, las aventuras y desventuras de un molinero friulano del siglo XVI, condenado a muerte por un tribunal inquisitorial), Pesquisa sobre Piero (un estudio histórico-iconográfico de algunas pinturas de Piero della Francesca, que indaga sus enigmas a partir del análisis racional y detectivesco de indicios presentes en los cuadros y los frescos), e Historia Nocturna (el desarrollo, de largo aliento espacial y cronológico, de una hipótesis audaz y polémica sobre los orígenes y la evolución de la creencia en el aquelarre y el vuelo de las brujas). Como historiador del arte, en los últimos años me he ocupado de estudiar su obra y he buscado establecer la línea que va, por meandros diversos, desde los estudios del investigador alemán Aby Warburg —recientemente revalorizado en Europa y de muy escasa difusión en castellano— hasta la obra de Ginzburg. (José E. Burucúa se refiere a su reciente Historia, arte, cultura, que acaba de aparecer en Fondo de Cultura.)

Si bien los historiadores profesionales han apreciado también —y discutido apasionadamente— esas tres obras, el gran atractivo de Ginzburg para ellos consiste sobre todo en los artículos breves, de muy escasa difusión en castellano, que escribe a un ritmo vertiginoso y con una erudición incomparable. Es así que los colegas han privilegiado su ensayo de 1979 sobre el paradigma indiciario: esto es, una matriz del conocimiento hecha de huellas e inferencias individualizantes, que sería la piedra del método de investigación y escritura de la historia, diferente pero no opuesto a la racionalidad moderna que, en la gran tradición de Galileo, busca las leyes generales de la naturaleza. Los caracteres o bien la escala temporal de aquellas dos primeras investigaciones que citamos y esta propuesta de una reconstrucción del pasado a partir de indicios y pequeñas parcelas que sugieren las improntas leves de los hechos, han sido dos elementos poderosos para ubicar la obra de Ginzburg en la corriente de la llamada microhistoria, escuela que él mismo contribuyó a fundar junto a Giovanni Levi.

Pero me animo a pensar que los propósitos de Ginzburg van bastante más allá de esa escala de lo micro y que esto no ocurre como consecuencia de un cambio de método y visión históricos a partir de, por ejemplo, Historia Nocturna. En él hay una tensión constante y un impulso hacia los grandes procesos del devenir humano, desde sus trabajos más tempranos, como la historia de la secta de los benandanti, los hechiceros buenos de la región del Friuli, hasta sus últimos escritos cincelados a la manera de gemas alrededor de hechos y objetos aparentemente minúsculos. Pensemos en los nueve ensayos de Ojazos de madera (en Península.), sobre el concepto de distancia y su práctica mental. Examinemos, por fin, su estudio del la teoría tradicional de las proporciones y la geometría de la escultura africana como fundamento de la revolución cubista de Picasso (Rapporti di forza, Feltrinelli, aún no traducido al castellano). En todos ellos, el historiador ha sabido desvelar —a partir del análisis de los detalles— la conflictividad esencial del fenómeno humano, el anudarse y desligarse perennes de las relaciones de fuerza entre los hombres.

En una breve conversación telefónica sostenida la semana pasada (una de las contadísimas conversaciones que aceptó compartir), le señalo que personalmente ubico su obra junto a la de Warburg como parte de una línea que atraviesa de un extremo al otro el siglo XX.

—Por cierto, debo muchísimo a Aby Warburg, tanto a su trabajo de investigación como al trabajo que hizo posible a través del grupo que se ha formado en torno a su Biblioteca en Inglaterra (ver pág. 3). Aunque no se puede hablar de "escuela", existe una tradición común, como usted señala. La lectura de los ensayos de Warburg ha sido un gran acontecimiento para muchísimos lectores. En cuanto a la Biblioteca, alguna vez se me ocurrió compararla con una suerte de "máquina para pensar". Así como Le Corbusier sostenía que sus casas eran "máquinas para habitar", estamos ante una máquina para pensar en el sentido de que la disposición de los libros, la deseada por Warburg y luego mantenida, continúa creando asociaciones de las cuales los frecuentadores de la biblioteca llegan a ser en una parte. Ellos se ven envueltos en esta potencial máquina para investigar la historia y el arte.

—Usted está considerado uno de los fundadores de la "microhistoria". Esta referencia, sin embargo, desorienta un poco y además lleva consigo cierta mutilación. Más allá de sus trabajos sobre la larga duración (Historia Nocturna) o sobre grandes procesos históricos como la Reforma protestante, y aun los artículos sobre cuestiones aparentemente pequeñas (como la impresión de poesía erótica en el 1500), en todos sus trabajos se descubre un cuadro de gran alcance histórico. ¿Qué nos puede decir sobre esta gran perspectiva?

—Yo no amo las etiquetas. No me identificaría con la etiqueta de "microhistoriador", como usted menciona con justicia. Pero el encuentro con la microhistoria ha sido muy importante para mí y lo sigue siendo todavía hoy. Uno de mis proyectos, de hecho, consiste en reabrir la discusión sobre la microhistoria de una manera un poco distinta. Es verdad que hay estudios míos que no entran en esta perspectiva. Quisiera decir, sin embargo, que el elemento analítico de la microhistoria no es de por sí incompatible con la idea de dar cuenta de los grandes problemas. Aquí pienso que el mejor ejemplo es precisamente Aby Warburg: aquello que a mí más me impresionó de los ensayos de Warburg cuando los leí por primera vez en italiano, en 1966, fue esta capacidad de moverse en un terreno muy específico, con una extraordinaria atención sobre un tema particular, pero reencontrando "a Dios en lo particular", es decir, los más grandes problemas en el detalle. Incluso los problemas de gran alcance pueden ser beneficiados cuando se enfrentan a partir de un terreno muy específico.

—Siguiendo con la microhistoria, a veces los posmodernos quieren tomar obras suyas, por ejemplo El queso y los gusanos, como modelo de método y matriz de conocimiento, legítimo según ellos, en la medida en que abrazaría un fragmento de la realidad, recortado a la medida del individuo. ¿En qué medida usted acepta esta interpretación de su historiografía?

—Claramente rechazo este punto de vista. Lo que me interesa en la microhistoria es sobre todo el problema de la generalización en la historia como disciplina. Es decir, en lugar de dar por sentada la generalización, volver a proponerla como problema. Ahora bien, en El queso y los gusanos, yo buscaba generalizar a partir de un caso. También proponía el problema de la posibilidad y legitimidad de generalizar a partir de un caso anómalo. Ahora, evidentemente todas estas preguntas no hubieran sido formuladas si lo que hubiese prevalecido hubiera sido el culto del fragmento en cuanto tal. De allí que mi disenso con este punto de vista sea absoluto; de hecho, he escrito explícitamente contra la perspectiva historiográfica posmoderna en mi artículo sobre Hayden White y las formas retóricas.

—Una última pregunta, no tanto al historiador como al profeta racional. ¿Cómo percibe el futuro inmediato y mediato de la civilización en este sentido?

—Esta es un pregunta de grandísimas dimensiones, y que desde ya se hacen muchísimas personas. Lamentablemente, la respuesta no está dada. De todos modos, digamos que la globalización no es un proceso nacido ni ayer ni hace diez años. Hay una tendencia a la integración del globo que data de hace muchísimo tiempo, desde el 1500 por lo menos, con el descubrimiento de América, de modo que se trata de un fenómeno de larguísimo alcance. Y está visto que la integración económica —la cual, naturalmente, puede mantener e inclusive agudizar los desequilibrios existentes entre las varias partes del globo—, decía, una integración económica creciente que ciertamente ya está en marcha y casi seguramente continuará, no es incompatible con una cierta diversificación cultural. Es decir, no es que un fenómeno siga detrás del otro necesariamente. En mi caso, estoy mucho más seguro de lo primero —es decir, que se seguirá dando una creciente integración económica que puede significar también el agravamiento de los desequilibrios entre las varias partes del mundo.

—¿Cree que esto llevará a una inexorable homogeneización de la diversidad cultura? ¿Cómo se combina la globalización con la resistencia cultural?

—Qué sucederá en el plano cultural me es mucho más difícil de decir. Porque sin duda también aquí vemos fenómenos de integración creciente. Basta ver la expansión del inglés como lengua paragonable a lo que en su momento fue el latín. Pero el latín al menos dejaba en pie las lenguas locales. Hay que ver ahora qué cosa puede suceder en el plano local, regional, nacional, frente a una creciente integración cultural en el plano global. De nuevo: las dos cosas no están ligadas necesariamente. Uno puede pensar que tanto las formas de resistencia cultural como la diversidad podrían continuar. Creo que una homogeneidad cultural —y no soy el primero en decirlo— sería un absoluto desastre. Esto es cierto. Cabe augurar que tal cosa no suceda. Por mi parte, creo que el camino hacia esa hipotética homogeneización es muy largo y existen las contratendencias.


José E. Burucúa es autor de Corderos y elefantes y Sabios y marmitones, entre otros ensayos. Doctor en Filosofía, acaba de publicar Historia, arte, cultura, un estudio sobre Carlo Ginzburg, en FCE.



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