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ARGENTINA: La hora de gobernar

(18/05/03)


Néstor Kirchner: El desafío de construir poder

Los argentinos no pudieron completar el ciclo del ballottage para elegir presidente. La deserción de Menem dejó a Néstor Kirchner con una legalidad constitucional incuestionable. Pero la estrategia del ex presidente apuntó a socavar la base de gobernabilidad del santacruceño. El enigma, hoy, es cómo Kirchner construirá un poder que arme un consenso político, económico y social que garantice la gobernabilidad, entendida como la capacidad de dirigir con justicia y en democracia los destinos del país. Varios intelectuales opinan sobre las formas de construir consensos, entre las tentaciones de volver a los acuerdos de cúpula y la fundación de un consenso plural basado más en dar respuesta a los problemas sociales que a los discursos políticos. Qué está pensando el presidente electo de esta cuestión crucial para los argentinos.



María Seoane. DE LA REDACCION DE CLARIN. .


Tal vez alguien recordó en parodia, luego del ballottage frustrado por el patetismo de un caudillo en fuga, la frase del Facundo: Sombra terrible de Menem, voy a evocarte.... Tal vez no. Pero esta semana, los fantasmas de la historia nacional volvieron a revolotear sobre la construcción del futuro. Ese fantasma del cual ya no quedaban los gestos estereotipados de ponchos, patillas y lanzas —sino una fanfarria de cuatro por cuatro y trajes de marca— dejó en su huida una maldición para Néstor Kirchner:

—Que él gobierne con el 22 por ciento.

¿Fue una maldición? En todo caso, una venganza y un desafío. "Porque con Menem no terminó el menemismo y mientras éste (cualquiera sea su nombre) no desaparezca del modo de hacer política más característico de nuestro espacio público, subsistirán la corrupción, los contubernios, las mafias y este régimen de oligarquías expoliadoras al que nos hemos malacostumbrado a llamar democracia", señaló el politólogo José Nun.

Esa sombra terrible no puede afectar la legalidad constitucional que catapultó a Kirchner al poder. En eso están de acuerdo todos los consultados, entre ellos el constitucionalista Daniel Sabsay. Y, como también señaló el economista Roberto Cortés Conde, en todo caso hay una legalidad política que se construye en el ejercicio legítimo del poder.

Pero fue el deseo de degradar la gobernabilidad, bajo la idea mística de "yo o el diluvio", lo que llevó a Menem a pronunciar esa frase. Negándole a Kirchner, con su fuga del ballottage, el sustento de un pronunciamiento electoral demoledor, como anunciaban las encuestas. En síntesis, Menem intentó lograr así que Kirchner no pudiera ejercer un liderazgo pleno capaz de construir consenso entre diferentes intereses, capaz de conducir democráticamente las instituciones, capaz de ser republicano, capaz de resolver los problemas urgentes de los argentinos necesitados de trabajo, educación, salud, futuro, Justicia, ideales. Y capaz de tener una fuerza suficiente para discutir quién pagará la colosal deuda externa que se le debe a propios y a extraños. Esto, y no otra cosa, es la gobernabilidad.

Kirchner demostró conciencia de esta tensión el día que explicó las causas de la renuncia de Menem: renunció para favorecer a los sectores a los que benefició siempre: las corporaciones. Porque, tal como alguna vez escribió Camille Desmoulins en Le Vieux Cordelier, un periódico de la Revolución Francesa: "El carácter de la democracia es llamar a los hombres y a las cosas por su nombre". Pero este gesto de Kirchner es a todas luces insuficiente. Ni es de suponer que la legalidad republicana puede ser sustituida por el porcentaje virtual de una encuesta. Y él lo sabe: no se puede considerar a salvo "de las presiones", como teme en exceso, con ese magro 22 por ciento de votos, y ni siquiera considerarse a salvo, tal como analizó Torcuato Di Tella, aunque en el ballottage hubiera ganado por cincuenta puntos. Por lo cual, dice el sociólogo, "la gobernabilidad dependerá de la capacidad de Kirchner de organizar una coalición con base en el Congreso. El poder real estará representado en el Congreso, dada la falta de un partido o coalición dominante". El politólogo Ezequiel Gallo lo dice así: lo primero que debe hacer el Presidente es reconocer que representa a una minoría y que necesita ar mar un consenso "eficaz y transparente".

La clave de la gobernabilidad está en garantizar un fuerte consenso democrático. El debate sobre cómo tener consenso, es decir, base para poder gobernar, no es unívoca ni inmutable. Como lo define el politólogo Carlos Floria, Kirchner "está obligado a realizar una suerte de 'coalición de gobernabilidad', partiendo de una 'coalición de los honestos' y de algunos que no lo son tanto pero están obligados a serlo. Esta es una empresa que supone inteligencia en medio del desorden internacional actual, que requiere ejemplaridad, requiere reconciliación del mercado con el Estado (que sufre un desplazamiento debido a una mezcla inextrincable de soberbia y estupidez) ya que a la globalización se entra con un Estado nacional competente y no con estados mínimos o máximos".

La construcción de gobernabilidad, apunta la politóloga Liliana De Riz, "significa, como en cualquier caso de presidentes minoritarios, poner en marcha una es trategia de coaliciones, alianzas y todo tipo de entendimientos entre partidos para fundar amplios consensos sobre las políticas públicas y poder traducir un programa de gobierno en leyes. La gobernabilidad democrática depende de la capacidad de los presidentes de formar coaliciones de gobierno que cumplan el doble requisito de ser receptivas a las demandas de la ciudadanía y de rendir cuentas de sus actos a los electores. El camino de los acuerdos sería una senda promisoria para la demo cracia argentina cuya dirigencia ha sido tradicionalmente renuente a desterrar los odios de la política y a negociar la rabia. En todo caso, si el Presidente logra asegurar la gobernabilidad con el aval de un amplio espectro político, comenzará una segunda transición en la Argentina signada por un espíritu más republicano".

¿Kirchner puede creer que lo que necesita, en lo político, es armar coaliciones repitiendo viejas formas de hacer política, con acuerdos cupulares, suma de caudillos, y sentarse a hablar con los opositores de distinto tono como Elisa Carrió (ARI) o Ricardo López Murphy (MFR) porque, en verdad, lo viejo aún persiste en lo nuevo? ¿Puede creer que debe rendirse a la tradición política y a la forma de ganar consenso, que estalló en diciembre de 2001, más por urgencia que por convicción?

O Kirchner puede concebir las formas más modernas de gobernabilidad, tal como las describe el politólogo Nun: "No existen recetas para generar gobernabilidad ni en un régimen republicano se trata de darle 'consejos al Príncipe'. Se trata de una tarea colectiva con múltiples dimensiones. De éstas, las que hoy exigen una apuesta muy fuerte, inmediata y progresista son la social y la económica. Hay que poner en marcha un proyecto genuinamente nacional de reactivación productiva que haga centro en la satisfacción más inmediata posible de las necesidades de la mayoría de la población. De todas maneras, está probado que, para conseguir esto último, no basta con el crecimiento económico sino que es imprescindible reducir los escandalosos niveles de desigualdad existentes. Lo dicho no implica minimizar en absoluto la urgencia del saneamiento y la reconstrucción institucional, de los cambios culturales y de una reforma política que liquide para siempre el estilo menemista que ha inficionado nuestras prácticas públicas y que aún está con nosotros. Pero los frutos pueden verse más pronto en los campos social y económico y resulta indispensable que el nuevo gobierno se dote cuanto antes de una legitimación sustantiva sostenida en la movilización popular. Veinte años de fracasos alcanzan para comprender que, en los acuerdos de cúpula, ganan inexorablemente los grandes grupos económicos locales y extranjeros y sus mandatarios".

La mayoría de los intelectuales que rodean a Néstor Kirchner cree que para definir qué tipo de consenso y qué tipo de gobernabilidad democrática se debe construir es necesario dar un buen diagnóstico sobre por qué Fernando de la Rúa renunció, por qué Adolfo Rodríguez Saá se fue y por qué Menem desertó. Sostienen que la malograda experiencia de la Alianza no ocurrió por el cúmulo de errores casi anecdóticos de sus dirigentes. El pecado original de la crisis de la Alianza —así se escuchó decir días antes de la deserción de Menem, en una reunión realizada para homenajear al Premio Nobel de Literatura, José Saramago a la que asistieron varios intelectuales, periodistas y Cristina Kirchner— ocurrió porque creyeron que la muerte del menemismo consistía en ser menos corruptos o más prolijos. "No entendieron que para lograr eso había que salir del modelo económico iniciado en 1976, basado en una globalización salvaje, en desindustrialización, en una reducción del Estado completada con paroxismo en los 90. No, insistieron en ese camino y, en verdad, repitieron la política del cuchicheo, de los acuerdos secretos, y de corruptelas. Por supuesto que ese gobierno iba a estallar. Y lo que ocurrió después es sabido."

Uno de los intelectuales presentes en esa reunión intentó describir qué pasa hoy en la escena política: "La salida traumática del modelo se inició con el estallido de diciembre de 2001, luego con la devaluación forzada. Pero aún se está procesando la crisis política, es decir, la búsqueda de un consenso y una dirigencia que exprese el fin de aquella etapa". Kirchner, se dice, se inclina por creer en este análisis. Cree que Menem no fue derrotado por un antimenemismo que se opuso a sus mañas y excesos con el poder. Cree que fue repudiado por la sociedad porque ya no tenía razón de ser. Porque la sociedad buscaba otros rumbos que la reconciliara con la cultura del trabajo y la producción.

Ahora, Kirchner quiere demostrar que entendió las lecciones de esa historia.



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